RIBERA DEL DUERO Y SU ENTORNO. EXPERIENCIA SENSORIAL Y ESPIRITUAL.

Viñedos otoñales de tonos ocres y rojizos de la Ribera del Duero. Un afluente del Duero, el Pisuerga, y un afluente de éste, el Carrión. Una corriente de agua que no es un río, sino un canal, pero no un canal cualquiera, sino un canal declarado bien de interés cultural en 1991, el Canal de Castilla, una gran obra de ingeniería del siglo XIX, doscientos kilómetros de canal con sus esclusas, molinos y puentes, que perdieron su sentido como medio de transporte cuando nació el ferrocarril, pero que hoy descubren un nuevo sentido a su existencia, el ecológico y paisajístico. Ciudades y pueblos castellanos cargados de historia.

Haciendo un recorrido por este entorno es posible pasar del hedonismo a la espiritualidad, del deleite de los sentidos degustando los vinos de varias denominaciones de origen, Ribera del Duero, Cigales, Rueda, o disfrutando con el lechazo de Castilla, en asadores como el de Mauro en Peñafiel, o el de La Cueva en Tariego de Cerrato (personalmente me quedo con el asado de éste último) o con el placer de tomar unas tapas en los bares de Valladolid, como la tosta de gambas de La Tasquita, las alcachofas con foie y otras muchas de Jero, que se autodefine como especialista en cocina en miniatura. De este disfrute sensorial se puede pasar a la espiritualidad de catedrales, iglesias y monasterios, como el de San Isidro de Dueñas, donde acompañar al atardecer a los monjes trapenses a una celebración de vísperas, eleva realmente el espíritu. O deleitarnos en Valladolid contemplando, no solo las obras del Museo Nacional de Esculturas, sino también el espléndido edificio, colegio de San Gregorio, que alberga dicho museo o con la fachada de la contigua iglesia de San Pablo, o a sorprendernos en pequeñas poblaciones como Gumiel de Izán con obras arquitectónicas contemporáneas, como la de Norman Foster para las Bodegas Portia, o alegrarnos por la pervivencia y por la sabiduría enológica de empresas familiares, sabiduría heredada y ampliada de generación en generación, como en las bodegas de Emilio Moro.

Pues sí, mucho que ver, conocer, sentir y disfrutar y si además tienes la suerte de contar con una buena meteorología y compañía en el viaje, qué más se puede pedir.

Octubre/noviembre 2016.

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